
Todo comienza con el valor, el valorar, y que el valoro lo podemos desglosar como “Valor-oro” dijo el Chamán que no lo parecía… hombre sólido, fuerte y claro como las montañas de las cuales provenía. Estábamos reunidos en Cataluña cuando a esto vino a mi memoria la frase de Alonso del Rio en su canción “El Abismo»: “En paz yo doy, en paz recibo” pues “[…]ahora sé que el maestro corazón es un abismo”.
Para valorarme -desde el me “Valor-oro”, hay que saber recibir desde la paz y la armonía primeramente con uno mismo. Para ello lo primero que debo admitir es que -por derecho divino, por el solo hecho de estar vivo en esta tierra poseo mi propio valor muy grande por cierto, independientemente de los ojos con que se me mire o los múltiples espejos que -como en aquella escena de la película “El ciudadano Kane” de Orson Wells, pudiesen reflejar mi imagen deformada.
El gran tópico cotidiano que tratar es precisamente la desvalorización que el colectivo -o el inconsciente colectivo y muchas veces familiar, nos infringe desde los primeros pasos plagándonos de miedos y de dudas.
Y así, a veces, solo a veces algunos de nosotros crecemos y salimos de casa desvalorados a reunirnos con otros más, que a decir por mecanismo de “afinidad” contribuyen al proceso de aumentar nuestras debilidades y flaquezas haciéndonos aún más desvalorados.
Mas esto desaparece cuando nos enfrentamos -a fuerza de caídas y desventuras, a un proceso de silencio interno, digamos de pacificación gloriosa. Para mirarnos hacia adentro acallando el mundanal ruido desde la familia, los amigos, el área de trabajo y sobre todo desde la perspectiva de las autoexigencias; que muchas de las veces ni siquiera provienen de los demás sino mayoritariamente de uno mismo. Pero ¡Vamos! que ni siquiera de uno mismo sino de las “voces” internas que rigen nuestra cotidianeidad hacia parámetros de valor ajenos, sobre el valorarse y valer que si los observáis muchas de las veces fueron los deseos frustrados de vuestros padres o tutores que proyectaron en nosotros lo propio en solo dios que afán de hacernos “personas de bien” y muchas de las veces, si pudiésemos preguntarles ni ellos mismos sabrían de dónde vienen esas consejas y monsergas.
Entonces ¿qué hacer? ¿que camino seguir para valorarnos? pues nada que empezar por considerar que el “Valor-Oro” empieza, en mi opinión por el caminar libre paso a paso y con paciencia, acallando ruidos internos, sincerándonos y abriendo el corazón para con nosotros mismos. Pues nadie da lo que no posee, no intentéis amar o decir que le amáis si ni siquiera estáis seguro de amaros a vosotros mismos.
Para ello conveniente será excluir de culpabilidades a nuestros padres y ancestros -sugiero simplemente, vernos como un efecto de cascada. Así, nada es mío sino que viene de mis padres, de mis abuelos y a su vez nada viene desde mis abuelos sino de los bisabuelos y tatarabuelos. Esto es un árbol que crece constantemente y se expande. En semejante manera es como se debe expandirse nuestra esperanza: libre, sin culpa, silenciosa poseedora de la verdad. Para llegar al verdadero “Valor-oro” de la vida que corre por nuestros pulmones con el aire que se respira. Así de poético es el “En paz yo doy en paz recibo” y me valoro.